II Guerra Mundial: El ejército nazi ha hecho prisioneros a tres de los más grandes militares de la alianza. Los tres van a morir fusilados, por lo que les dejan pedir un último deseo.
El primer prisionero, un gallardo general inglés, pide:
– Al estar tan lejos de casa, y al hacer tanto tiempo que no poseo mujer alguna, y vista la pinta de las alemanas… me gustaría gozar del placer de una de esas mozas.
En efecto, le montan una tienda de campaña en el centro del campo de concentración. El general se desahoga y al día siguiente es fusilado.
El segundo prisionero, un rudo general de la marina americana formula también su deseo:
– Me ha gustado la idea del inglés. Yo también quiero desfogarme con las alemanas, pero no una sólo, por lo menos 5.
Y los responsables del campo montan de nuevo la tienda con 5 jóvenes dentro. A la semana sale el marine y es fusilado.
Llega el turno del tercer prisionero, un legionario español, de raza gitana para más señas.
– Yo también quiero acostarme con las señoritas, pero no con menos de 10.
Total, que de nuevo a montar la tienda. Pasa el tiempo, dos días, una semana, un mes, un año, cinco años, 25 años… Los soldados nazis, ya acabada la guerra, aguardaban impacientes la salida del gitano. Y en esto que a los treinta años asoma la cabeza del gitano por la puerta de la tienda.
Mira a un lado, mira a otro, se mete de nuevo en la tienda, y sale gritando:
– ¡A por ellooooos!